lunes, 29 de junio de 2015

No hay terceras oportunidades

     Allí estaba, sentado en su mesita de noche como solía hacerlo desde que llego a este hogar para ancianos. Abelardo Ramírez se llamaba y con su bigote gris era el anciano más solitario del hogar. Solía despertarse a las 5:00am y acostarse a las 3:00am durante el día se tomaba algunas siestas que no excedían de la hora. Pero allí estaba sentado escribiendo en su cuaderno, era escritor y había ganado un premio muy importante, pero al no tener familia lo tuvieron que internar obligatoriamente en el Hogar “Mi amado viejo” un lugar raquítico de facciones antiguas, que albergaba 43 habitaciones con sus respectivos baños, contaba con una sala común, cocina, patio y algunas otras facilidades. Mi amado viejo había sido un hospital antes de pasar a la administración que lo convirtió en el hogar. Se rumoreaba que por los pasillos se podían ver enfermeras, personas en sillas de ruedas y del mas que se hablaba era de mí. El niño de 8 años, vestido de azul que visitaba y jugaba con los ancianos que estaban próximos a morir. Yo no tenía culpa, era mi misión según la muerte. Ir a divertir a los viejos antes de que ella se los llevara. Abelardo no era mi víctima, pero yo sabía que él quería morir. Allí estaba sentado garabateando en esas hojas. Un día me le acerque, pero él no se percató. Pude leer algunos recuerdos, ese día había escrito de lo triste que era vivir solo, de lo frustrante de saber que ya no era joven y de lo cobarde que fue cuando a sus 30 años tuvo la oportunidad de morir pero la dejo pasar por alto. Yo en cambio hubiera querido vivir más, poder besar a mi vecina, jugar más con mis amigos, ir al lago a bañarme desnudo, graduarme y ser abogado igual que pai’. En cambio tuve que sufrir una pulmonía y venir a vivir a este lado siendo un médium para la felicidad. Esa noche tenía que visitar a Milagros y jugar con ella, era la siguiente en la lista. Deje a Abelardo y me retire a jugar. A la mañana siguiente encontraron a Milagros tiesa y a Abelardo con una soga al cuello; en su cuarto. Yo lo ayude hacer el nudo. Ahora caminamos juntos por el hogar. Él arrastrando sus zapatos y yo dando saltitos. 

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