Esta pendejá’ de escribir un diario no es
lo mío. Primero uno debe estar con la libretita de arriba para abajo y sino en
la noche ponerme a recordar todo lo que hice en el día y ver como lo escribo en
letras chuecas, porque mi escritura son garabatos antiguos. Na’ el punto es que
no se de mi madre hace ya una semana y no veo ningún Boricua por el barrio o en
el pueblo. Me la he pasado en casa de Toñita que es o era mi madrina. Allí
había una gran reserva de ron y cerveza que Chamulo, su esposo, guardaba en un
chinero viejo. Hoy regrese a casa y me acorde del diario. En esa semana lo que
hice, luego de ver el espectáculo que me ofrecía la maldita planta de energía eléctrica
achicharrándose frente a mis ojos, decidí ir a buscar a alguien que me
explicara. Cosa que no sabía quién iba a saberlo. Fui a casa de un loco que
vivía en una casa to’ jodia y con miles de perros. Allí solo estaban los perros
y la madre mía entraba a alimentarlos o soltarlos. Sus pupilas reflejaban algo
de miedo y rabia, ¿A qué? No sé. Salí porque allí no se me había perdido nada. Luego
de eso divague un rato por las calles del pueblo pensando en lo que estaba pasando
y porque no me había enterado de nada. Al llegar a casa de Madrina, me percaté
que tampoco estaba y que el televisor de ella, último modelo, no funcionaba.
Así que me dije «K te llevo el diablo» después de ahí comencé a buscar como
entretenerme y que hacer en mi tiempo libre. En esos días tuve tiempo de
reflexionar y coger las peores borracheras de mi vida. Le vacié la nevera a
Toñita y la bodega secreta de Chamulo. Está semana fue un retiro espiritual
para mí, donde desprendí mi alma por boca y nariz. Tendré que buscar otra
manera de hacer una bitácora o esforzarme más por mantener una rutina, para
escribir.
Cerró el diario y lo colocó cerca de la
vela que se consumía en un platillo. La casa de su madre era un desorden y K
recorría con su mirada aquel lugar donde par de semanas atrás hablaba con su
madre de las cosas que quería hacer y de algunos viajes que quería
realizar, ahora solo veía el desorden de la que era su casa. Mientras observaba
iba atando cabos y pensando que era lo que había sucedido con todos en su
pueblo. Comenzó a pensar en los cambios drásticos que había dado el clima en
esos días cuando él se había enfermado. Un tornado arrasó con el área norte de
la isla y uno de esos fuegos forestales quemó los llanos del Sur. Esa era la
noticia que veía mientras estaba hospitalizado por un dolor terrible que parecía
ser alguna piedra oculta, porque nunca la encontraron y lo enviaron a su casa a
reposar y tomar medicamentos para destruirla. Esos medicamentos lo atontaban y
llego a tropezarse algunas veces. Otras veces llegaba al piso y una vez duchándose
se fue de mundo cuando su cabeza dio contra el suelo. El ejercicio de pensar lo
dejo agotado y al cabo de algunos minutos, sin tener conclusión, se quedó
profundamente dormido.
Era sábado y el reloj deportivo de K marcaba las
“8:30 a.m” abrió los ojos y se topó con que la luz que bañaba la sala, era sucia
y que allí el polvo reinaba. Esa escena le hizo reconsiderar lo que había dicho
de reconstruirse y luego de levantarse, poner en orden sus pensamientos, tomar
café y cepillarse los diente. Comenzó a limpiar toda su casa y guardando las
cosas que no necesitaba. Movilizo el sofá-cama de su cuarto a la sala. Aquella
sería su habitación ahora y los cuartos serían los almacenes de todas las
pertenencias que no fueran las suyas. En esa tarea consumió todo el día del sábado
y ya entrada la noche quedo exhausto y complaciente, por el trabajo que había
realizado. Su casa tenía una sala amplia y ahora sin los objetos de su madre y
con algún tablillero colocado en la esquina, el lugar parecía muy amplio. Al
lado del futón tenía una mesa de noche con algunos libros, un cuchillo de
cocina y una foto junto a su madre en una fiesta de año nuevo. Era la foto más
reciente de los dos. Aunque K no lo escribiera en el diario, él sabía que la
extrañaba. Ahora con su casa limpia, empezaría una nueva etapa de
descubrimiento.