Últimamente
he caído en el cliché de ser el hombre más monótono de la vida. Me levanto, voy
a la universidad, tomo clases, vuelvo al apartamento, me acuesto a ver películas,
bajo a comprar comida, tomo una ducha y me doy unas cervezas viendo películas de
romance. Películas donde el amor se convierte en un parásito que les come el
cerebro a las personas y los hacen tener un estereotipo erróneo del concepto amor.
Hoy
es lunes y no quiero caer en la misma monotonía. Fui a la universidad y al
salir quise hacer algo diferente. Por eso se me ocurrió tomar una ruta
diferente. Hacia una tarde bonita y fresca. Quise variar para no ser aquel Gael
depresivo que vaga por las calles de una ciudad extranjera, que ya lo hace de
ella y me recuerda que aún no he dejado atrás
mis mañas. Pase por una floristería que frecuentaba y que allí, detrás de algunas flores se encontraba Amalia. Una
chica de rizos, de mi edad y que trabajaba de vez en cuando allí. Otro día iría
a verla, como solía hacer cada tres o cuatro semanas. Luego, dos calles más
abajo se encontraba el laundry donde lavaba mi ropa y justo al lado, un
complejo de apartamento algo lujosos y donde tras aquellas paredes se
encontraba Mercedes. Mercedes era una treintona que conocí un día que fui al
laundry. No, ella no fue allí. Ella tiene una sirvienta y toda esa jodienda. Me
topé con ella cuando salía de lavar la
ropa. Yo llevaba la ropa en una canasta y no me había fijado por donde iba. Mercedes
salía de su apartamento pendiente a su móvil. Tropecé con ella y mi ropa,
limpia, fue a caer al piso donde había un charco de agua sucia. Ella muerta de
la vergüenza, pensando que era su culpa. Me dijo que le dejara la ropa que ella
la mandaría a lavar en ese instante y que luego enviaría a una persona a mi piso,
cuando estuviera lista. Yo sin remedio alguno, tampoco tenía dinero para lavar
la ropa nuevamente, accedí y subimos a su apartamento para darle la información
y dejarle mi ropa.
Entre a su apartamento, más lujoso de lo que podía aparentar. Según me
contó, su esposo era cirujano plástico, uno de los mejores y ella “cuidaba” a
sus dos gemelos pequeños, Raquel y Rafael. Y digo “cuidaba” porque ellos tenían
una Nanny que se encargaba de atender todos los caprichos. Antonia era la
sirvienta y Mercedes la llamo para explicarle lo que tenía que hacer con mi
ropa. Luego le dijo que llamara a un mensajero para que me entregara la ropa y
que la misma debía estar lista antes de las 8pm. Le di mi número telefónico y mi información. Ella
tenía que salir e igual yo. No sé si decir que ella me acompaño o yo a ella, el
punto fue que al bajar por el ascensor paso algo extraño y muy arriesgado. Yo
no podía quitar la mirada de sus pechos, eran de una talla perfecta, blancos y
muy a mi gusto. Mercedes se percató y me pregunto.
-¿Te gustan?
Yo como un estúpido pregunte -¿Qué me
gustan?
Ella miro a sus pechos y luego me miro.
Yo no sabía dónde meterme en esos
instantes. La mire y sin pelo en la lengua le dije. –Sí, me gustan mucho.
Mercedes no esperaba esa respuesta. Admito
que no sé de donde saque los cojones para decírselo y me lance directo hacia su
boca. Lo que pasó a continuación pareció gustarle. Terminamos en un cuarto de
hotel revolcándonos en las sábanas blancas y viendo aquellos pechos perfectos,
igual que unos pezones exquisitos, una cintura deliciosa y un sexo llameante.
Aquella treintona guardaba maravillas bajo la ropa. Su boca era exquisita tenía
un sabor dulce y me provocaba un éxtasis saborearla. Los años no le habían caído
encima, tenía el cuerpo de una veinteañera de esas que salen en revistas de
modelos.
Hoy
caminando por aquella calle, me acorde que hacían semanas no nos veíamos, quizás
tendría ganas de verme. Me comunique con ella y así era. Terminamos en la misma
habitación del mismo hotel (como una canción muy famosa en mi país). Aquella
que sabía nuestros secretos, nuestras risas, nuestros gemidos, nuestros gustos
y sobre todo el olor que expulsábamos al hacerlo. Luego algunas copas de vino,
para que la cosa fuera más clichosa y más de película. Ella con su bata blanca
fumando en el balcón y yo en mis bóxer ajustados color negro. Lo bueno era que
siempre podía quedarme en el hotel y pedir lo que fuera, todo lo pagaba
Mercedes. No vayan a pensar que soy un interesado, pero mi situación no estaba
como para decir que no a una oportunidad así. Había veces que me recompensaba
en grande. Yo sentía cariño por mercedes y ella a mí. No me amaba, eso lo
dejamos claro, ella amaba a su esposo y yo no podía amarla.
Su
esposo también me había conocido. Inclusive le hice algunas fotos a su familia
y me han contratado para ser el fotógrafo de varias fiestas personales.
Mercedes
se marchó por un compromiso y yo me quede en el cuarto, le dije que pasaría la
noche en él, no le estuvo malo y me dijo que me comunicara con ella al día siguiente
para ver qué servicios había solicitado y que no me excediera. Yo nunca lo hacía,
siempre era precavido y ella lo sabía. Se marchó y me eche una siesta, después mande
a pedir otra botella de vino, por aquello de variar, llene la ducha y me tome
media botella de vino en la ducha, luego salí y aquí estoy. Sentado frente a mi
computadora, con una vista a la ciudad, escribiendo en mi diario y tomando
vino, fumando y sintiéndome agradecido con Mercedes.